Encarnizados defensores de su tierra frente a los conquistadores, los valientes araucanos se extendían a lo largo del territorio chileno. Su peligrosidad aumentó al adoptar el caballo, que obtuvieron primero cambiándolo por mantas y tejidos a los pampas, y luego, atravesando la cordillera para conseguirlo. Así ocuparon las llanuras argentinas e impusieron su lengua y costumbres a pampas y patagones. Esto ocurrió durante el siglo XVIII, siendo los araucanos los últimos indios que se establecieron en la Argentina.
Al hacerlo, abandonaron la vida sedentaria y el papel de agricultores, que llevaban en Chile, y basaron la búsqueda de alimento y vestido en el caballo. Aprovecharon la gran movilidad que éste les brindaba para dedicarse a la caza y al saqueo, arrastrando a los pampas en sus malones.
Su vivienda era el toldo pampeano, que a veces dividían con cueros de caballo o vaca y donde, con frecuencia, se reunían alrededor de un fogón. Se cubrían con dos mantas: una de ellas, el chamal, la envolvían en la cintura y la sujetaban con una faja, la segunda era un poncho que se ponían especialmente las mujeres. Ambas mantas se colocaban de distinta manera: la primera cubría todo el cuerpo, desde los hombros, donde la prendían con alfileres, ciñéndola además en la cintura; la segunda caía desde los hombros a la manera de una capa. Los hombres usaban chiripá, que les envolvía las piernas.
Vida Tribal
Los araucanos se agrupaban en tribus numerosas, a menudo rivales, cuyo poder se fue consolidando a medida que absorbían a pampas y patagones. Aunque nunca llegaron a formar verdaderos estados, tuvieron una cohesión y una organización política que sólo se puede comparar con la de los andinos del noroeste. Estaban gobernados por estirpes, dirigidas por un cacique (toqui). El gran cacique (guImen) elegido por una asamblea de guerreros, ejercía su poder sobre un territorio más extenso. En la historia nacional argentina tuvieron gran importancia estas tribus, y muchos escritores y viajeros han dejado interesantes testimonios sobre ellas. La tribu de los pehuelches, que ocupaba la zona cordillerana y la comprendida entre los ríos Diamante por el norte y Limay por el sur, fue una de las más importantes. Los aucas eran araucanos que vivían en la zona de las sierras de la Ventana y Tandil. Al este del Salado estaban los ranqueles. Al este y al sur de los ranqueles se hallaba el grupo de las Salinas Grandes, cuyos jefes Calfucurá y Namuncurá organizaron terribles malones contra estancias y pueblos de la provincia de Buenos Aires. Otros grupos, como mapuches y tehuelches, eran ramas del tronco araucano original.
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Un indio araucano en un cementerio, según una fotografía tomada por Heffer hacia 1880.
Los araucanos se extendieron por el Sur Argentino.
Creencias
Reconocían un ser supremo creador, aunque no protector: Chachao (padre de la gente); no tenía representación personal y vivía en el cielo lejos de los hombres y sus conflictos. En cambio cerca de ellos, pero perdido en la noche y la naturaleza hostil, estaba el espíritu del mal, Gualicho, al que debían ofrendar alimentos y tornarlo propicio con ceremonias mágicas. Los araucanos temían a los muertos y los enterraban lejos de la toldería, con sus armas y alimentos. Si se trataba de un cacique,un gulmen o un toqui, se hacían sacrificios de animales. Más tarde se inmolaba su caballo de guerra para que pudiera escapar de Gualicho e irse al cielo con Chachao.

Una familia de araucanos. Estas tribus opusieron una gran resistencia a los conquistadores obligando en muchas veces a los españoles a hacer pactos de paz.
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